A ber die Hohenpriester nahmen die Silberlinge und sprachen: Es taugt nicht, daß wir sie in den Gotteskasten legen, denn es ist Blutgeld.
Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: —No está permitido echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre.
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